La generación de la Casa del Lago



Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Luz del Amo, Mercedes de Oteyza, Pixie Hopkin, Juan José Gurrola y Juan Soriano, en la Casa del Lago.
También conocida como de Medio Siglo o de la Revista mexicana de literatura, la generación de la Casa del Lago representa un momento axial en las letras del siglo xx mexicano, por la literatura que la precede[1] y por la escritura que le seguirá, identificada, en mucho gracias a ella, con las letras universales. Estuvo integrada por Juan García Ponce (Mérida, Yucatán, 1932-ciudad de México, 2003), Salvador Elizondo (ciudad de México, 1932-2006), Sergio Pitol (Puebla, 1933), Juan Vicente Melo (Veracruz, Veracruz, 1932-1995), José de la Colina (Santander, España, 1934), Carlos Valdés (Guadalajara, Jalisco, 1928-Ciudad de México, 1991), Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, Guanajuato, 1928-Madrid, España, 1983), Tomás Segovia (Valencia, España, 1927-2011), Huberto Batis (Guadalajara, Jalisco, 1934) e Inés Arredondo (Culiacán, Sinaloa, 1928-Ciudad de México, 1989),[2] aunque también se relaciona con ellos a otros escritores. La mayoría fueron narradores, y estuvieron vinculados muy estrechamente con otros intelectuales y artistas, como los pintores de la llamada Generación de la Ruptura, entre quienes estaban José Luis Cuevas (1934, ciudad de México), Manuel Felguérez (Zacatecas, 1928), Vicente Rojo (Barcelona, 1932) y Fernando García Ponce (Mérida, Yucatán, 1933-ciudad de México, 1987).
Juan García Ponce la llamó en alguna ocasión “la generación despedazada”[3], quizá porque el grupo fue obligado tempranamente a disgregarse, o quizá por la enfermedad y la muerte prematura, resultado de los excesos que los distinguieron o del simple infortunio. Por su parte, Huberto Batis la llegó a llamar la “generación de la insolencia”.[4]
Otros modos como se ha definido son un tanto problemáticos, por ejemplo, “de Medio Siglo”, nombre que con seguridad proviene de la revista Medio siglo (1953-1957), de la Facultad de Derecho de la UNAM, en la que participaron destacados estudiantes de aquellos años como Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Mario Moya Palencia, Porfirio Muñoz Ledo, Xavier Wimer, Salvador Elizondo, entre otros. Por lo cual sería más adecuado designar de esta manera sólo a la coyuntura del anterior grupo en particular. Además, como sabemos, también se le llama así a una cantidad bastante amplia de escritores que tienen en común haber publicado sus primeras obras en los años cincuenta, por lo que más que un grupo compacto, se define con este término a todo un movimiento artístico imbuido de una sensibilidad compartida en prácticamente todo el mundo, un “espíritu de época”, un zeitgeist que provocaría un momento de gran efervescencia artística y de cuestionamientos políticos y culturales que originarían importantes movimientos sociales. A esto responde lo que escribió Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo: “Ideología, gusto y moralidad no son más que consecuencias o especificaciones de la sensibilidad radical ante la vida, de cómo se sienta la existencia en su integridad diferenciada. Esta que llamaremos ‘sensibilidad vital’ es el fenómeno primario en historia y lo primero que habríamos de definir para comprender una época”.[5] Esta sensibilidad vital conjugó a una cantidad incontable de artistas en muchas partes del mundo y a ellos se les conoce también como de “medio siglo”.
Al grupo que nos interesa se le llama también generación de la Revista mexicana de literatura, nombre que tampoco es muy preciso, ya que esta publicación, fundada por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo en 1955, tuvo tres épocas, como señalan Armando Pereira y Claudia Albarrán[6]; son las dos últimas las propias del grupo cuando la citada publicación quedó en manos de Juan García Ponce y Tomás Segovia, y luego cuando éste emprendió un viaje con  Inés Arredondo, su entonces esposa, a Montevideo para trabajar en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, dejando a García Ponce solo a cargo de la revista. Por tanto, este nombre tampoco sería muy apropiado si con él se hace referencia a unos escritores que participaron en una revista, mientras se excluye a otros que no sólo fueron parte de ella, sino que la fundaron, como Fuentes y Carballo.
Así, parece que la manera más adecuada de designarlos, por lo menos para ser más precisos, es la generación de la Casa del Lago, pues fue el nombre que sus propios integrantes usaron para definirse, por la importancia que este centro cultural tuvo para la vida artística, intelectual y social de este grupo, cuando primero Tomás Segovia y luego Juan Vicente Melo lo dirigieron. Huberto Batis habla en estos términos de la importancia que para él tuvo la Casa del Lago, en una grabación que Radio Educación y la UAM-Xochimilco:

Cuando las conferencias las daba Juan García Ponce, Said, Ibargüengoitia, Bonifaz Nuño, yo, todos estábamos ahí. José de la Colina tenía el cineclub de la Casa del Lago. Había exposiciones de pintura moderna. Ahí tocaron su primera música Equinos, el músico Gutiérrez Heras. Ahí tocaron música por primera vez, dirigieron, Mata; el que hace la revista Pauta, Lavista; todos ésos eran las gentes de la Casa del Lago, y Melo tenía un olfato increíble. Él era médico de [la Facultad de] Medicina, con doctorado en París en enfermedades tropicales, pero en París a lo que se dedicó fue a la literatura y a la música. Y llego acá, trabajó en Difusión Cultural y la Casa del Lago que había fundado Arreola como un club de ajedrecistas y luego empezaron a hacer “Poesía en voz alta”, es decir, a declamar poemas como en coro, y luego llegó Octavio Paz y lo convirtieron también en teatro, y luego vino Tomás Segovia como sucesor de él, y luego Melo y es para nosotros la época dorada de la Casa del Lago, la época de la modernidad.[7]

Más allá de su profunda amistad, de su edad y de sus gustos literarios, de entre las coincidencias que los unen hay que agregar desde lo más trivial en apariencia, como que algunos de ellos fueron boy scouts, como Batis, García Ponce e Ibargüengoitia, hasta cuestiones de formación y de conformación de sus respectivas personalidades que habrían de hacerlos afines entre sí, como ser de alguna capital de provincia, como Guanajuato, Mérida, Veracruz o Culiacán, y provenir, además, de una clase media acomodada, así como haber cursado su instrucción básica en instituciones religiosas.
Después de emigrar a la Ciudad de México en busca de los estímulos que su vocación intelectual necesitaba, casi ineludiblemente habrían de encontrarse en la Facultad de Filosofía y Letras, en Difusión Cultural[8] o en el Centro Mexicano de Escritores,[9] donde prácticamente todos disfrutaron de una beca.
Huberto Batis y Juan García Ponce.
El grupo trabajó, además, en algunas de las revistas más importantes e influyentes de la época y en instituciones cuyo papel fue determinante en la cultura del momento, como Difusión Cultural de la UNAM o la Imprenta Universitaria, que dirigió Huberto Batis.
Las revistas en las que participaron activamente fueron Cuadernos del Viento, dirigida por Batis y Carlos Valdés; la Revista de la Universidad, cuyo director era Jaime García Terrés y su jefe de redacción Juan García Ponce; la Revista mexicana de literatura; la revista S.nob, de Salvador Elizondo, cuyo director artístico era García Ponce y su jefe de redacción Emilio García Riera; la Revista de Bellas Artes, dirigida por Huberto Batis, y asimismo participarían en los suplementos de Fernando Benítez “México en la Cultura” y luego “La cultura en México”, en Novedades y en Siempre!, respectivamente.
Como ya sabemos, era el suyo, por encima de todo, un grupo de amigos. Amistad que se levantó y afianzó por afinidades e intereses artísticos, por encontrarse en sitios clave donde necesariamente debían estar. Apunta respecto a esto Armando Pereira en Narradores mexicanos en la transición de medio siglo:

Aunque aparentemente azaroso, me parece que el encuentro entre ellos estuvo determinado más bien por la necesidad, por la pertinencia. Compartían demasiadas cosas para mantenerse ajenos entre sí: no sólo una misma voluntad de escribir, sino también una concepción semejante de la literatura.[10]

Una cita de Huberto Batis ilustra muy bien las relaciones dentro del grupo:

Una noche Inés Arredondo y yo caminamos durante varias horas, al salir de la reunión [una “fiesta orgiástica” como el propio Batis había señalado un poco antes], y encontramos el amor, mientras los demás se iban al Sep’s de Sonora; y otra noche Gurrola, Melo, García Ponce y yo nos robamos como trofeo la tapa de una alcantarilla y, en el esfuerzo, muertos de risa, la dejamos caer sobre los dedos del pie de Juan, lo que nos ensangrentó a todos, en la “cama redonda” en que celebramos el reposo del guerrero.[11]

Son una generación que se define a sí misma como alcohólica. Basta ver las fotografías de la época para darse cuenta de que siempre están con un vaso de alcohol en la mano. Y la bebida fluía en inauguraciones de galerías, en conferencias, presentaciones de libros, reuniones privadas... El exceso era parte de la personalidad del grupo. Ejercían la libertad hasta sus últimas consecuencias y ahí entraba también lo que concernía a las relaciones amorosas. Claudia Albarrán definió alguna vez a la generación como promiscua,[12] a pesar de ser un grupo mayoritariamente formado por hombres, aunque había mujeres en él, aparte de Inés Arredondo, que estaban con ellos como sus parejas, y de alguna manera las compartían entre sí.[13] En referencia a esto Juan García Ponce escribió en un texto en el que recordaba a su gran amigo Jorge Ibargüengoitia: “Una vez tú escribiste, Jorge, al hacer una reseña de un estreno de Gurrola, que viste a muchas mujeres de tus amigos de parejas de otros amigos. Tú también practicabas esa costumbre”.[14]
A diferencia de muchos otros grupos de artistas, en los que hay un líder, el de la Casa del Lago era un conjunto de pares; Inés Arredondo es considerada una igual entre sus compañeros varones por su inteligencia y su talento. Del mismo modo discuten sobre lecturas, se abren a la obra del otro. Que temas como la revelación y la trasgresión estén presentes en las obras de Arredondo, García Ponce y Melo no es coincidencia; se trata de una sensibilidad compartida a través de lecturas y discusiones. Para Inés Arredondo, la formación de un escritor, particularmente la suya, se encuentra en los demás con los que se platica, con los que se habla de lo escrito y lo leído:

Tal es el caso de Faulkner, discutido hasta la saciedad por José de la Colina y por mí. La contrapartida sería el amor que profesamos a Thomas Mann Juan García Ponce y yo a tal grado que me hizo el honor de dedicarme su libro Thomas Mann vivo. Y el amor, incomprendido por los otros, que Juan Vicente Melo y yo sentimos por Julien Green. Con ellos y con Huberto Batis, con Tomás Segovia muy especialmente, y ahora con mi hijo Francisco, he compartido tantos autores, asuntos políticos, cuestiones de historia, de artes plásticas, chismes y vivencias, que no sé si alguna vez hubiera llegado a escribir sin ellos.[15]

Pero así como están a la par hacia el interior, son también una generación excluyente, elitista; un grupo cerrado que tenía en sus manos casi todos los medios de difusión cultural de la época, cosa que les acarreó muchas enemistades y dificultades.
El grupo de la Casa del Lago, que apostaba por un arte libre, mantenía su labor literaria en gran medida al margen de consideraciones políticas, aunque eso no los hizo apolíticos.[16] En un primer momento, para ellos, la literatura debía estar en otro nivel: el de la revelación poética. Escribe Inés Arredondo en “La verdad o el presentimiento de la verdad”:

También resulta superficial pensar que escoger esa infancia habría de llevarme a un sentimiento que se traduciría tarde o temprano en una posición política reaccionaria. No fue así... Por ese motivo, desde que recuerdo, las personas que conocía resultaban muy personas, muy concretas, nunca abstractas representaciones de una raza o una clase social... La idea de chusma, de plebe, de indiada, la aprendí mucho tiempo después, precisamente en la literatura mexicana.[17]

Lo que distingue, entonces, al grupo es su independencia crítica, artística e incluso moral. En un momento en que la cultura en México se entregaba a dos fuertes temáticas, el nacionalismo, por un lado, como representación de un arte propio y original, y, por otro, el compromiso social de raigambre comunista, los de la Casa del Lago se comprometen sólo con sus ideas sobre arte y con su labor de divulgación emprendida desde distintas revistas y centros de cultura. Querían, además, que la literatura que se escribía en México fuera de carácter universal, y que no quedara en el plano nacionalista de hablar sólo de temas mexicanos. Para ellos, lo importante era la calidad. Apunta Huberto Batis en una grabación de Radio Educación y la UAM-Xochimilco:

Y ellos decían: ustedes creen que hacer la revista de la UNAM es meter a escritores de todo el mundo cuando hay que hacer la revista de la UNAM con académicos, y decíamos: “no, los académicos tienen sus anuarios y sus revistas especializadas; la revista de la UNAM es una ventana al mundo”. Ésa había sido la política de García Terrés, en los cincuenta y en los sesenta; ésa era la política de Benítez en los suplementos: “ventana al mundo”, robarse textos, republicar, dar a conocer [...] “Cortar la cortina de nopal”, que en el suplemento de Benítez lanzó el concepto José Luis Cuevas contra los tres grandes [Rivera, Siqueiros, Orozco].[18]

De este modo, ellos se caracterizaron, sobre todo, por su extrema visión crítica. Juan Vicente Melo apunta acerca de este aspecto del grupo en su autobiografía:

Ellos han hecho de la crítica de arte un género digno y dignificado [...] Se trata, creo, de un rasgo común a la generación a la que pertenezco y que no vacilo de calificar de tumultuosa (tengo la edad de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Marco Antonio Montes de Oca, Héctor Mendoza y Juan José Gurrola —que se aumenta años, no sé por qué—). Esta generación ha alcanzado una visión crítica, un deseo de rigor, una voluntad de claridad, una necesaria revisión de valores que nos han permitido una firme actitud ante la literatura, las otras artes y los demás autores. Cada uno de los miembros de esta supuesta generación (puesto que las generaciones no existen en México, al menos en la literatura...), ha alcanzado, estimo, apenas pasados los treinta de edad o próximos a llegar a ellos, responsabilidad y compromiso en el arte.[19]

Desde la aparición de Revista mexicana de literatura encontramos los derroteros que seguirán sus colaboradores. Un texto de Tomás Segovia, “Entre la gratuidad y el compromiso”,[20] aparecido en 1956, que trata sobre El arco y la lira, de Octavio Paz, no sólo nos ayuda a establecer la gran influencia que ejerció el premio Nobel mexicano en el grupo, sino que nos permite también determinar cuáles serán las ideas que el grupo desarrollará con el tiempo respecto al arte.
Segovia destaca que, a pesar de las apariencias, no existe nada que sea gratuito y esto señala directamente a las ideas artísticas con las que el grupo se identificó, pues parece efectivamente que no existe un compromiso de su parte en lo que concierne a lo social, a lo que Segovia responde que el arte es un compromiso, pero con él mismo. “La existencia como un todo puede ser gratuita, pero dentro de ella no hay partes gratuitas. Hay que responder de todo y eso nos impide hacer nada sin sentido: estamos presos en el sentido”.[21] Y es el arte, que tiene un compromiso claro y consciente con la realidad a la que da forma e interpreta, el que está, más que ninguna otra cosa, cargado de sentido. Así, no puede existir un arte gratuito porque dejaría de serlo en el instante de no ser significativo. Y en este sentido ellos se sintieron, por sobre todas las cosas, completamente comprometidos. El ser artista, pues, representó el grupo muchas veces un destino trágico e ineludible, y por lo mismo una cuestión trascendental.
A esto hay que agregar que el sentido de todos los actos humanos individuales y concretos muchas veces se mantiene oculto o no podemos ver las señales que nos indican su significado; esta idea será para la generación un elemento clave, porque de ella derivará la noción de la revelación —que llegará al grupo de mano de Octavio Paz y su libro El arco y la lira—, que será ese momento en que, en la obra, tanto el protagonista como al lector descubren nuevas formas de interpretar y percibir lo que sucede, y que les brinda nuevas formas de aprehender la realidad, que los hace, al final de cuentas, diferentes a los otros.
La suya es, por tanto, una postura frente al mundo y la literatura en la que lo trascendental apunta también a la trasgresión: ir más allá de lo que se daba por hecho, de lo asumido y archisabido, de lo que ponía límites en el actuar e, incluso, en el escribir.
Las relaciones amorosas, la revelación poética, los mundos interiores, la búsqueda del sentido y de otra espiritualidad que ellos encuentran en la carne son los temas que los vinculan. Sin embargo, este tipo de sensibilidad en un mundo comprometido con ideales políticos y sociales, en el cual el arte debía ser un instrumento para divulgar y fomentar los ideales de cambio social, los haría chocar con otros escritores, y si a esto agregamos que se les acusó de ser parte de una mafia literaria[22] por tener en sus manos prácticamente todos los medios de difusión de la época, los resultados no se hicieron esperar, aunque las diferencias sólo estaban en la manera de apreciar el arte de unos y otros.
Bajo esta perspectiva podemos entender cómo pudo acontecer la separación del grupo, cuando sus integrantes dejaron sus puestos de trabajo en la Universidad. La diáspora tendría lugar en el momento en que Gastón García Cantú sustituyó a Jaime García Terrés como director de Difusión Cultural. Escribe Batis:

Los recuerdos se aglomeran. 1967 ya era un año inquieto y turbulento. En la UNAM sobre todo. Gastón García Cantú vino a Difusión Cultural. Se lazó contra Juan Vicente Melo, que dirigía genialmente la Casa del Lago; contra Juan García Ponce, el jefe de redacción de la Revista de la Universidad; contra José de la Colina, que manejaba los cine-clubs universitarios; contra Juan José Gurrola, que hacía teatro y televisión como sólo él sabe hacerlo. No los despidió sin más, con pantalones. Inició una persecución puritana, que se ensañó en denunciar sus preferencias sexuales, por ejemplo, o en tasar sus ingestiones etílicas.[23]

Respecto a esto cuenta García Ponce: “Después despidió a Juan Vicente Melo acusándolo veladamente de homosexual. Todos los que habíamos hecho con él La Casa del Lago —que bajo su dirección, después que se fuera Tomás Segovia a Uruguay, fue, igual que con Tomás, el centro de cultura más importante de México— renunciamos”.[24]
Luego de estos acontecimientos, el grupo se disuelve, aunque en parte la separación fue buena, porque a partir de este momento se dedicó cada uno a su obra de creación, aunque también dejaban atrás el periodo más significativo de su labor artística y cultural.


[1] Una literatura que ha vivido un proceso de crecimiento y que ha logrado tener escritores de la talla de Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Revueltas, Octavio Paz; todos ellos, figuras culminantes de nuestras letras.
[2] Elijo estos nombres tomando en cuenta las menciones que los propios integrantes de este grupo hacían de sus compañeros cuando se referían a sí mismos como una generación.
[3] Así lo refiere Huberto Batis, en “Posdata, suplemento de cultura”, de El Independiente, 10 de enero de 2004.
[4] Armando Pereira y Claudia Albarrán, Narradores mexicanos en la transición de medio siglo, p. 112.
[5] Ortega y Gasset, pp. 49-50.
[6] Cf. Pereria, op. cit., pp. 119-120.
[7] Batis, Palabras al viento, CD-ROM.
[8] Dirigida por esos años por Jaime García Terrés, quien fue también uno de los responsables de unir bajo su auspicio al joven grupo de escritores, quienes trabajarían bajo su mando en diferentes dependencias de la UNAM.
[9] Fundado por Margaret Shedd, de nacionalidad estadounidense, en 1951.
[10] Pereira, pp. 112-113.
[11] Batis, “Prólogo” en Juan García Ponce, Autobiografía precoz, p. 26.
[12] En una entrevista que le hicieron en el sexto programa de la emisión para televisión Entrelíneas, de Canal 22, trasmitido el 8 de octubre de 2007.
[13] A manera de ejemplo, Juan García Ponce estuvo casado en segundas nupcias con Mercedes Oteyza, con quien procreó a sus dos hijos; después de empeorar por su enfermedad, se divorciaron y ella se casó con Manuel Felguérez, gran amigo de García Ponce, cuya amistad no menguaría por este hecho. Después del divorcio, él se casó con Michèlle Alban, quien también estuvo casada con Tomás Segovia y Salvador Elizondo.
[14] Juan García Ponce, “Jorge Ibargüengoitia”, La Jornada semanal, núm. 78, 1 de septiembre de 1996, p. 7.
[15] Inés Arredondo, “La cocina del escritor”, en sábado (suplemento cultural del periódico unomásuno), p.1.
[16] José de la Colina viajó a Cuba donde trabajó algún tiempo; después de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968, nuevos temas y preocupaciones aparecieron en los relatos de algunos de ellos, como Inés Arredondo, con cuentos como “Los inocentes” (1976) y “Las muertes” (1978), y Juan García Ponce, en sus novelas La invitación (1972) y Crónica de la intervención (1982).
[17] Arredondo, “La verdad o el presentimiento de la verdad”, en Obras completas, p. 6. A partir de aquí, todas las citas de la obra de la autora serán tomadas de esta edición y las páginas se indicarán entre paréntesis en el cuerpo de la tesis.
[18] Batis, Palabras al viento, CD-ROM.
[19] Juan Vicente Melo, “Autobiografía”, en El agua cae en otra fuente, pp. 33-34.
[20] Cf. “La polémica entre nacionalismo y universalismo en la Revista mexicana de literatura”, en Armando Pereira y Claudia Albarrán, pp. 183-207.
[21] Tomás Segovia, “Entre la gratuidad y el compromiso”, en Revista mexicana de literatura, núm. 8, noviembre-diciembre de 1956, pp. 109-110.
[22] La mafia fue una novela que Luis Guillermo Piazza publicó en 1967 en la cual se refiere a los escritores que publicaban en los suplementos de Fernando Benítez, entre quienes se encontraban los de la Casa del Lago.
[23] Batis, Lo que Cuadernos del viento nos dejó, p. 182.
[24] Discurso de recepción del XI premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo” que Juan García Ponce dio en 2001.

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Comentarios

  1. Muchísimas gracias por las notas a pie.

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  2. Una buena investigación sobre la literatura de batalla de "Medio Siglo" en el nivel creativo, abajo de las "Vacas sagradas", que alcanzaron a ser más reconocidas por el público. Hay pocas investigaciones. La complemento con una biografía de Carlos Valdés. https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2018/12/carlos-valdes-biografia-breve.html

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