Hasta encontrarte



Al pie del sendero 
Ya casi 
Advierten 
Al unísono 
En alarma 
las cigarras 

Cuando callen 
Todo habrá acabado 
Te habré encontrado 


La bandera se agita en el aire… Y el vaho de la tierra revela difunto. 
Bajo una tormenta de sol. La cuadrilla parece no cansarse nunca. Unos a otros se arrean, unos a otros para continuar, para revisar un cacho más, un poco más de cerro. Y se entregan a la idea, y se entregan a la triste esperanza de encontrarlos.

Apuestan por dentro sobre quién será el primero en adivinar un pedazo de tierra revuelta, algo que haya sido profanado, la manera en que debió de caer un cuerpo cual sombra en la noche o un trazo de niebla desdibujándose. 

El ansia de zanjar el suelo los abrasa como el sol en su cabeza, hasta dejar a la vista lo que sólo dentro de la negra tierra debe transformarse hasta convertirse en ella y alimentar a los retoños y a las crías. 

El dolor de la tierra revela difunto… Y avanzan pidiéndole perdón, por el sacrilegio de abrir sus entrañas, como si fueran las de una madre a la que le harán descubrir el pudor del feto y luego arrebatárselo. 

Encontrar algún resto, más rastros aparte de un mensaje en el teléfono, de una conversación en Facebook: un charco de sangre seca, un trozo de vestido, un pedazo de hueso... Algo que les regrese el consuelo de que el amado hijo, la hermana, el sobrino se han ido por fin. Porque de otro modo sus ausencias están y estarán continuamente presentes, en medio de las sienes, en el seno como un puño, sin respiro ni resuello, sin descanso ni dejando descansar. 

Porque si no encuentran cuerpos ni prendas no hay nada, sólo una incertidumbre infinita que no deja reír, ni comer, ni acariciar, mientras sus muertos estén aprisionados, ferozmente heridos, muriéndose de frío en la intemperie, sin una cobija que les tape la vergüenza. El dolor de la tierra revela difunto… Por eso siguen ávidamente buscando, buscando hasta dar con algo y encontrando en tanto los muertos de otros a los que se les coloca una marca, con la esperanza de que alguien por fin dejará de contener el aliento. La bandera se agita en el aire... Y arroparlos como no se hizo cuando vivían, en tierra buena, donde ir a llorar, marcando su nombre. 

Y así alcanzar el privilegio de volver de volver a ser una persona o lo que haya quedado de ella.



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