Una controversia de vanguardia: Estridentistas y Contemporáneos
Hasta la
fecha, cuando se habla de la vanguardia en México, generalmente se destaca a
dos grupos de escritores: Contemporáneos y Estridentistas, y se pone énfasis
—de forma clara y concisa, o bien sesgadamente— en la calidad literaria de los
primeros y los un tanto fracasados intentos de los segundos[1].
Por eso, pareciera que la legítima (y presumible) vanguardia literaria mexicana
es la que representa el llamado “grupo sin grupo”.
Enemigos
literarios unos de otros, Estridentistas y Contemporáneos son irreconciliables
en muchos sentidos y es casi impensable que ocupen un mismo lugar en la
literatura mexicana, aunque hayan convivido temporal y espacialmente.
Debido
a esto, lo que a continuación expondré tiene relación con, por un lado, la
postura de Contemporáneos respecto a la Vanguardia, para determinar si el lugar
que se les ha dado dentro de ella es merecido, y, por el otro, la razón por la
cual, si bien los estridentistas se inscriben sin lugar a dudas dentro de este
movimiento, no han sido reconocido como la vanguardia mexicana por excelencia e
incluso se privilegia a los Contemporáneos sobre ellos cuando se habla de los
ismos.
Antes
de empezar con el asunto, quiero hacer algunas especificaciones sobre los
conceptos que abordo en este trabajo. Al utilizar el término “vanguardia” hago
referencia sobre todo a las llamadas “vanguardias canónicas”. Éstas representan
un primer impulso transformador del panorama artístico y empiezan a gestarse en
los albores del siglo XX, con un mayor auge después de la Primera Guerra
Mundial. Como se sabe, el término proviene del lenguaje militar y fue utilizado
para designar a aquellas expresiones revolucionarias del naciente siglo XX que
a todas luces contravenían la manera tradicional de hacer, concebir y percibir
la obra de arte.
Al
despuntar el siglo pasado, la sociedad se vio sorprendida por los radicales
cambios en el estilo de vida que traían consigo los avances tecnológicos. De
repente, parecía que una avasalladora ola de máquinas poblaba los espacios, y
movía, empujaba, sacudía, no sólo el medio físico sino la propia conciencia de
las personas.
Por
supuesto que esto último no fue inmediato. Mientras la modernidad aceleraba el
ritmo de la vida diaria, había una parte de la sensibilidad que continuaba
estática, que seguía aferrada a una tradición que frenaba su paso. Así, el
arte, fiel aún a su práctica habitual, empezaba a ser visto por algunos
artistas e intelectuales como algo inmóvil, como si se autorreprodujera una y
otra vez repitiendo una misma pose.
Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), fundador del Futurismo. |
“El
estilo, el lenguaje poético, pictórico, musical y arquitectónico deben
adecuarse al nuevo ritmo de la vida. Por tanto hay que romper con la gramática,
la sintaxis y la métrica tradicionales, nacidas para expresar la belleza
estática”[2],
escribiría Filipo Tomaso Marinetti el 20 de febrero de 1909 en el periódico
parisiense Le Figaro, en un texto de deslumbrante título: Fundación y
Manifiesto del Futurismo.
Filippo
Tommaso Marinetti (1876-1944), fundador del Futurismo.
Su
intención era cambiar de forma radical la sensibilidad artística para que se
pusiera a la par del vertiginoso nuevo estilo de vida que prometía el siglo XX.
Escribía
Marinetti: “Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el
éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el
insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo”.[3]
Este
manifiesto se convertiría en el acta de nacimiento de los movimientos de
vanguardia, aunque antes de su aparición ya existieran expresiones vinculadas
con este espíritu de innovación[4].
La
eficacia y propagación del Futurismo alcanzaría tal repercusión que muchas de
las características que después identificaríamos en gran parte de los ismos
tendrían su origen en este movimiento. “El estilo, el lenguaje poético,
pictórico, musical y arquitectónico deben adecuarse al nuevo ritmo de la vida.
Por tanto hay que romper con la gramática, la sintaxis y la métrica
tradicionales, nacidas para expresar la belleza estática”,[5]
declararía Marinetti en el citado manifiesto.
Debía
buscarse una nueva expresión que respondiera a las condiciones sociales del
siglo, pues parecía que el arte de ese momento ya no alcanzaba a registrar la
realidad. Por tal motivo, en esa búsqueda expresiva se optó por la ruptura, la
innovación y la experimentación formal.
Así,
los artistas de vanguardia se caracterizan por una intención altamente
consciente de lograr innovaciones, de romper con el pasado y alcanzar una nueva
expresión. Aunque esto sucede por antonomasia en el arte moderno, la diferencia
que marca su propósito es que intentan desligarse del pasado; por ejemplo,
muchos intentos de renovación y ruptura de otros movimientos no negaban el
origen de su reflexión, al contrario, señalaban su ascendencia, como el
Renacimiento y el Neoclasicismo frente a la antigüedad clásica, o el
Romanticismo y sus regresiones nostálgicas hacia la Edad Media. En contraste,
el Futurismo creía que la perfección no estaba siquiera en el presente sino en
el futuro, en el progreso que alguna vez se alcanzaría. En este sentido,
Tristán Tzara diría en el Manifiesto Dadá, de 1918: “Amo una obra por su
novedad. Tan sólo el contraste nos liga al pasado”.[6]
Guillermo
de Torre, quien fuera miembro del Ultraísmo español y estudioso de la
vanguardia, definiría este concepto en los siguientes términos:
En cualquier caso estos dos conceptos, primacía de la
originalidad, entendida como inventiva —susceptible de encajar en la tradición
histórica o bien abrir los caminos a otra nueva— y fidelidad a la época, al
‘Zeitgeits’, al espíritu del tiempo, son fundamentales en la formación y
valoración de la literatura europea que media entre las dos guerras y que
constituye la llamada literatura de vanguardia.[7]
Uno de los
puntos sugestivos de esta noción de vanguardia se encuentra en el paréntesis de
la cita —“susceptible de encajar en la tradición histórica o bien abrir los
caminos a otra nueva”—, pues aquí De Torre plantea que este tipo de arte no fue
sólo una hoja que cortaba de tajo con todo lo anterior. En realidad, la
vanguardia no fue un rompimiento total y extremista con la tradición que la
precede, sino que sólo intentó renovar ciertos aspectos mientras continuaba y
adaptaba otros.
De
tal modo, la vanguardia representa, indiscutiblemente, la exaltación de lo
nuevo; sin embargo, la verdadera innovación estaba en un cambio de actitud del
artista frente a la obra, el espectador y la sociedad; un cambio de actitud del
creador frente a su propio quehacer. Por eso Guillermo de Torre aclara que la
vanguardia pudo o no encajar en la tradición histórica; en todo caso encaja
perfectamente, pero a la vez se dispara al enfrentar nuevas condiciones.
Por
tal motivo, lo primordial de las vanguardias no es que estuvieran conformadas
por un grupo de artistas, ni que sus integrantes lanzaran manifiestos o
panfletos, ni siquiera que fueran poseedoras de visibles cambios formales o
temáticos, sino que lo importante y lo que daría lugar a todo lo anterior era
una postura distinta en relación con el arte, el artista y la sociedad, lo que
se verificó en todos los cambios formales que experimentaron, profundamente,
las artes. De esta manera, los experimentos formales de la vanguardia en
realidad correspondían a una manera nueva de comprender, en un sentido total,
al arte.
Esta
nueva comprensión que el artista tenía con su labor necesitaba medios y formas
nuevas en los cuales expresarse, lo que devendría en un rompimiento con la
tradición, pues ésta ya no satisfacía las expectativas expresivas de los
artistas, ni podía responder al nuevo estilo de vida ni a los nuevos conceptos
artísticos. Así, el cambio en la forma, la sintaxis, los temas y los
tratamientos que las vanguardias experimentaron fue impulsado por la necesidad
de una nueva expresión, que se manifestó, incluso, en las anécdotas de los
vanguardistas que han llegado hasta ahora.
Así,
respecto a los Contemporáneos y la vanguardia, Luis Mario Schneider aclara: “La
vanguardia, en una de sus tantos aspectos de ruptura, implica el rechazo cuando
no el ánimo explosivo de acabar con todo tipo de herencia histórica. Su
fundamento era el hombre presente sin contaminaciones; su aspiración, su
futuro, el hombre nuevo”.[8]
Por el contrario:
Los Contemporáneos se aclimatan en la cultura de la continuidad;
lejos de ellos decapitar la historia, dar un machetazo a la tradición. Más aún:
enjuiciarla, estudiarla y reconocerse en ella implicaba para el grupo una
autoafirmación y a la vez era un índice que los reconocía en sus aspectos y sus
logros. Eran absolutamente historicistas, lo cual es comparable en la mayoría
de sus ensayos, en sus repasos sobre la literatura mexicana, en esa reiterada
metodología de resumir el proceso creador nacional desde la Colonia, pasando
por el siglo XIX, hasta inscribirlo en los primeros años de este siglo para
finalmente señalar su propia casa, el sitio que les correspondía.[9]
En este
sentido, la postura de un grupo como Contemporáneos no fue de rompimiento total
y sin concesiones con la tradición como la tendrían los ismos.
Tanto
Estridentistas como Contemporáneos tenían una actitud distinta frente a la
labor artística, lo que se traduciría en un enfrentamiento que rebasaría los
límites de lo meramente literario. Quien haya empezado la disputa (y lo más
probable es que hayan sido los Estridentistas y el mismo Maples Arce, su líder,
lo admite) los dos grupos continuaron enfrascados en ella, pasando, una y otra
vez, al plano personal. Dice Manuel Maples Arce en sus memorias:
Interesábame las imágenes enigmáticas que no pudieran
formularse racionalmente. Mi tentativa muy pronto me distanció de los poetas
mexicanos, y mis ataques contra algunos de ellos contribuyeron a aislarme… En
mi impaciencia renovadora no admití complacencias, adopté la actitud más radical
y agresiva. La emprendí contra los poetas consagrados, mantuve una decisión
iconoclasta.[10]
Maples
Arce había publicado, el último día de diciembre de 1921, su manifiesto Actual
No. 1, hoja volante que había sido pegada en los muros de la ciudad de México,
especialmente en el barrio de los estudiantes del Centro Histórico. En realidad
se trataba de una obra individual que aspiraba a convertirse en un movimiento
de vanguardia como los que habían aparecido en Europa. Sería hasta que Maples
Arce publicara su primer libro, Andamios interiores. Poemas radiográficos, el
15 de julio de 1922, que algunos jóvenes escritores se quedarían positivamente
sorprendidos y decidirían unir filas con Maples Arce, formando así el
movimiento estridentista.
La
irreverencia, la audacia de un lenguaje subversivo y las imágenes
desconcertantes de este poemario provocarían que el movimiento empezara a
adquirir presencia, pero no sólo en forma positiva, puesto que para muchos
escritores significaba nada más un intento frívolo, una copia de lo que sucedía
en Europa, ya de por sí incomprensible.
De
esa manera surgió una controversia entre los que apoyaban el surgimiento de
esta vanguardia por creerla necesaria para darle nuevos bríos a la literatura
mexicana, y quienes pensaban que no era más que una cosa de jóvenes
extravagantes. Luego, la polémica tomaría arrestos cada vez más violentos. Los
Estridentistas afilaban sus dardos así fuera con el escarnio personal, como lo
haría Germán List Arzubide en la crónica que escribiría del movimiento:
El
Estridentismo anclaba el triunfo: ellas se derretían en sus frases puestas de
pie al fin de los ases rotundos; los verseros consuetudinarios habían sido descubiertos
en la Alameda, en juntas con probabilidades femeninas y habían sido obligados
por la Inspección General de Policía a declarar su sexo y comprobarlo, acusados
de un chantaje de virilidades en caída.[11]
Estridentistas: Ramón Alva de la Canal, Germán List Arzubide, Manuel Maples Arce, Arqueles Vela y Leopoldo Méndez. |
Clara
alusión a las preferencias sexuales de algunos de los integrantes de
Contemporáneos, que para ese momento, 1927, ya empezaban a adquirir presencia
en la escena literaria, aunque la obra clave por la que ahora los recordamos
aún tardaría unos cuantos años más.
Parece
poco importante señalar estos devaneos de los estridentistas; sin embargo, hay
que destacar que son parte de la personalidad de los movimientos de vanguardia
y parte también de sus bases: la virilidad que representa lo positivo y lo
activo, en contra de todo aquello que sonara estático y pasivo, como para ellos
era la poesía simbolista.
Estridentistas:
Ramón Alva de la Canal, Germán List Arzubide, Manuel Maples Arce, Arqueles Vela
y Leopoldo Méndez
Por
su parte, los Contemporáneos no se quedaban atrás en las consideraciones que
hacían de los estridentistas. Jaime Torres Bodet escribe de ellos en estos no
muy halagüeños términos: “Si lo admirable del estridentismo no fuera la
ingenuidad, sería la malicia con que han sabido hacerse sus secuaces mutuamente
bombo, y digo secuaces porque lo son —quien más quien menos— todos secuaces de
sí mismos”.[12]
Por otro lado, Xavier Villaurrutia, más objetivo, diría en
una conferencia de 1924: “Sería falto de oído y de probidad no dedicar un
pequeño juicio al estridentismo que consiguió rizar la superficie adormecida de
nuestros lentos procesos poéticos (…) Manuel Maples supo inyectarse, no sin
valor, el desequilibrado producto europeo de los ismos y consiguió ser a un
mismo tiempo el jefe y el ejército de su vanguardia”.[13]
Hay que
destacar que las consideraciones de Villaurrutia son menos viscerales que los
de Torres Bodet; sin embargo, en ellas destaca la manera en que ve a la
vanguardia —es desequilibrada—, por lo que el Estridentismo nunca tendrá para
él un lugar más destacado en la literatura mexicana que el de haber conseguido
“rizar la superficie” de la poesía.
Por
tanto, era de esperarse esta disputa, pues sus diferencias se encuentran en su
forma dispar de percibir el arte. Para Contemporáneos, la libertad que debe
tener la obra no permite que ésta sea creada en grupo, en “camarillas”, con un
programa que dicta reglas que deben seguirse.
Así,
Jorge Cuesta diría: “le roba a una generación pasada quien la continúa
ciegamente. Le roba a una generación futura quien le crea un programa para que
lo siga”.[14]
Sin
embargo, esta forma plasmada, por ejemplo, en manifiestos responde a un gesto
retador —hacer una crítica de la figura del artista como genio individual—, más
que a la creencia de que en adelante el arte deba hacerse siguiendo a pie
juntillas una programa.
Por
otro lado, los Estridentistas practicaban una forma combativa, desacralizadora
de la labor artística; libre en un sentido distinto, pues su autonomía radicaba
en desvincularse de las instituciones, así fuera el soneto, la Academia o el
poeta González Martínez. Esta idea de unir arte y vida convierte a su escritura
en un acto, en un manifiesto —real, como muchos que escribieron, y simbólico,
en su poesía.
Tanto
Contemporáneos como Estridentistas apuestan a la libertad, aunque éstos, más
combativos, pretenden antes derribar todo aquello que coarte su autonomía; ya
después se podrá hacer lo que sea. Es por eso que las vanguardias duran poco.
Son una revolución que si continuara se convertiría en lo que pretende
destruir. No les importaba la continuidad, sólo el cambio radical. Al contrario
de lo que parece —y de la opinión de Jorge Cuesta— los ismos no dejaron un
programa para el futuro, ni siquiera se aseguraron del todo de que se les
recordara.
Pero
sigamos con la disputa. En 1928, los Contemporáneos publicarían una antología
que firmaría Cuesta, pero en cuya selección no participaría. En la Antología de
la poesía mexicana moderna se escribe de la obra de Maples Arce: “intenta una
fuga de los moldes formales del modernismo pero incurre, con frecuencia, en
deplorables regresiones románticas”.[15]
Por
supuesto, esto sería una afrenta gravísima para Maples Arce. Efraín Huerta
señalaría en una conferencia: “No figuró Maples en la Antología como resultado
de un gesto o un interés; tal vez ni siquiera por una indecisión. Aquí el
‘rigor tímido’ devino a favor, en consentimiento, en un ‘Pobre Maples,
incluyámoslo’. Y lo incluyeron y le hicieron un agravio. Ya se sabe que un poeta
agraviado no perdona”.[16]
Por
otro lado, esta antología es también significativa por otra razón: los jóvenes
integrantes del llamado “grupo sin grupo” quisieron mostrar en ella cuál era la
obra que desde su punto de vista debía destacar y cuáles escritores debían ser
o no ser promovidos, de modo que su propia escritura, presente en esta obra,
constituyera el punto culminante de la historia literaria que en ella
relataban.
Así
los Contemporáneos revisaron toda imposición del pasado, no sólo para anular
sino también para rescatar, revalorizar y “lavar falsos dorados”, como ellos
mismos refieren en la antología. Hay que ver en la publicación de esta obra una
intención de crear una controversia de parte de Contemporáneos al dejar fuera a
escritores tan significativos como Gutiérrez Nájera, por ejemplo. De tal modo
que ellos pretendieron —al igual que los Estridentistas—un cambio en la forma
en que se estaba escribiendo en México, pero lejos de hacerlo para desacreditar
tajantemente la tradición anterior, lo hicieron para incluirse en ella.
Los
Contemporáneos son y quisieron ser cambio en la literatura mexicana, pero
también continuidad. Buscaron y encontraron una respuesta a sus inquietudes
intelectuales y artísticas en sus coetáneos, pero también interrogaron su
pasado. Formalmente, su poesía tiene lazos estrechos con la tradición poética
mexicana, lo cual no debe perderse de vista porque representa una elección
consciente y plagada de significado, y que los aleja de los rompimientos
extremistas de los ismos, a pesar de ser herederos de sus innovaciones
formales.
A
diferencia de los Estridentistas, que cantan a la urbe y a la vida moderna, la
poesía de Contemporáneos está hecha de una materia sutil. La ciudad que en
ellos aparece no tiene calles palpables, ni esquinas reales. Es una ciudad
interior. Una ciudad evocada que expresa algo que está más allá de la
contingencia. Sus interrogantes son las grandes interrogantes del hombre: la
trascendencia que al final de cuentas no existe porque todo muere, excepto una
cosa: la poesía. Un sentido por completo contrario a la vanguardia, que
pretende desacralizar al arte y al artista, bajarlo de su pedestal y aligerar
su peso. Por eso hablan de la vida cotidiana, de las ciudades, de las
multitudes; lo lúdico, lo soez, lo irreverente le dará vitalidad a un arte
sospechosamente estático.
Sin
embargo, de forma insólita, cuando se hablaba en aquella época de los
escritores jóvenes se reunía a Contemporáneos y Estridentistas como parte de una
sola generación, ya que más o menos tenían edades similares, como lo anota
Evodio Escalante con sorpresa al referir que al principio cuando los mismos
Contemporáneos hablaban de su generación en medio de ellos colocaban a Maples
Arce.[17]
Dice
en Poesía en movimiento Octavio Paz: “El núcleo de la vanguardia está formado
por los poetas arriba citados [Pellicer, Owen, Novo y Villaurrutia]. La palabra
vanguardia quizá no les convenga y ellos no la usaron casi nunca para calificar
su tendencia. A su izquierda está Maples Arce, éste sí un auténtico
‘vanguardista’, por vocación y decisión. Fue el fundador del ‘estridentismo’.
El hombre fue poco afortunado y el movimiento duró poco [...] En la Antología
de Jorge Cuesta se le reprocha su romanticismo. La crítica revela cierta
miopía: Apollinaire y Mayakowsky fueron románticos y el surrealismo se declaró
continuador del romanticismo”.[18]
Cita que destaca, además, por ser la única mención que Paz haría de los
Estridentista, a los cuales, como vemos, no considera de gran valía.
En
resumen, la actitud de Contemporáneos no niega la tradición, sino que la
privilegia, incluyéndose, conscientemente, dentro de ella; mientras, la postura
de las vanguardias en general y, específicamente, del Estridentismo, era de
rompimiento con una tradición de la que, de todos modos, no podían desligarse;
no tenían especial interés en pasar a la posteridad, porque pretendían destruir
lo consagrado. Esto es importante porque también afecta la forma como serán
percibidos a través de la historia misma de la literatura.
Aun
si no tuviéramos noticias de la labor que el grupo de Contemporáneos realizó de
rescate y revalorización del arte anterior, podemos ver, en su propia obra,
huellas de este interés; por ejemplo: en su literatura están los metros
tradicionales: Villaurrutia usa décimas a la manera de Sor Juana; Ortiz de
Montellano realiza un Segundo sueño; Gorostiza hace coplas. Sin embargo, de la
misma manera, su literatura está plagada de metáforas cubistas e imágenes
surrealistas.
Lo
que distingue al arte de vanguardia se encuentra en la forma, es por eso que
los Contemporáneos están tan cerca de la vanguardia y tan lejos de ella.
Contemporáneos
son el enlace entre la literatura tradicional y la coetánea, conscientes y
seguros de ello. Exquisitos, como los estetas del siglo anterior, su arte es
otra vez sublime y totalmente autónomo.
Así,
la forma distinta que tenían de concebir el arte respecto a las vanguardias, se
ve reflejada en su posición respecto a éste y la sociedad; para Contemporáneos,
arte y política no pueden de ningún modo estar relacionados porque mezclarlos
sería contaminar una obra que se encuentra en un nivel más elevado que el de
las simples cuestiones mundanas, una postura íntimamente ligada con el
esteticismo, tan contrario a la vanguardia; mientras que Estridentistas
adquirieron un compromiso en el cual su labor artística era su principal
herramienta en la contienda social.
Crearon
una revolución a partir de la poesía y pensaron que de ese modo podían cambiar
la realidad. Su poesía tiene la influencia del léxico futurista, pero se
diferencia de esta vanguardia precisamente en lo que les reprochaban los
Contemporáneos: su romanticismo. La poesía Estridentista revela y exalta a la
mujer y el encuentro amoroso. La máquina, representación de la fuerza y la
virilidad, pierde su fuerza para ser el punto en el que el hombre se pierde y
se contempla solo.
Plagada
de subjetivismo, de imágenes, de juegos de palabras, su escritura va más allá
de anécdotas, más allá del realismo para crear una nueva realidad conformada
por un mecanismo moderno, cubista, abstracto, fragmentado, deconstruido.
Sin
embargo, la opinión general en México acerca de esta vanguardia derivó de la
que expresaban los Contemporáneos. Es significativo que en los libros de
historia de la literatura se repitan casi de modo mecánico las sentencias que
los Contemporáneos hacían de ellos en aquellos febriles años de controversia.
Aun
así, estos dos grupos sí coinciden en algo, en su admiración por dos poetas:
Ramón López Velarde y José Juan Tablada, y que en sus inicios su poesía fue
posmodernista.[19]
Como bien dice Jaime Labastida:
Lejos de ser antagónicos, aun cuando en multitud de aspectos,
en efecto, lo sean, los Contemporáneos son, pese a todo, el complemento
necesario de los Estridentistas. O, a la inversa, los Estridentistas aportan a
nuestra literatura un furor, una iconoclastia, una forma renovadora, un golpe
insólito en el conjunto tranquilo de nuestra poesía que, por lo mismo, es el
complemento del rigor que caracteriza a los Contemporáneos. Éstos nos
vincularon con el mundo literario de la época, pero no con los movimientos de
vanguardia, sino con los tradicionales. La ruptura estaba del lado del
Estridentismo; el rigor y la sabiduría literarias, del lado de los
Contemporáneos.[20]
En esos
mismos años, hubo un comentario de José D. Frías aparecido a raíz de una
controversia acerca de si existía en México una literatura “viril y vividera”,
en donde, entre otras cosas, hablaba del movimiento estridentista:
Maples Arce y los demás conservadores del estridentismo son
prueba concluyente de la vitalidad de nuestra literatura. Que escriben sin
hallar aún el cauce perfectamente adecuado a sus pensamientos, que
voluntariamente exageran hasta volver inartísticas las directivas de su arte,
que van como ebrios cazando metáforas, eso no importa; en su manera hay fuerza,
hay originalidad, audacia, belleza y pulso de vida mexicana. Eso basta.[21]
Y sí,
eso bastó, aunque no del todo para los historiadores de la literatura mexicana.
El Estridentismo propuso una forma nueva de enfrentarse a la labor del artista
en México; una forma combativa y entusiasta de tomar partido frente a la manera
de hacer literatura. “Su originalidad, audacia, belleza y pulso de vida” son
los que en verdad importan, porque de ellos salió la obra de arte que está en
camino de ser revalorada.
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[1] Durante
mucho tiempo, esto ha sido así en México, debido a una ya vieja tradición cuyo
origen referiré más adelante; aunque tengo que admitir que es una posición que
ha estado cambiando, felizmente.
[2] Mario
de Micheli, Las vanguardias artísticas
del siglo XX, p. 244.
[3] Ibíd.,
371.
[4] Por
ejemplo, el cubismo de Braque y Picasso.
[5] Ibíd.,
244.
[6] Ibíd.,
297.
[7] Guillermo
de Torre, Historia de las literaturas de
vanguardia, p. 45.
[8] Luis
Mario Schneider, “Contemporáneos: la vanguardia desmentida”, en V. V. A. A., Los Contemporáneos en el laberinto de la
crítica, p.17.
[9] ]
Ibíd., 18-19.
[10] Manuel
Maples Arce, Soberana juventud, 122.
[11] Germán
List Arzubide, El movimiento
estridentista, p. 47.
[12] Schneider,
El estridentismo, una literatura de
estrategia, 119.
[13] Ibíd.,
119.
[14] Jorge
Cuesta, Poesía y crítica, p. 274.
[15] Cuesta,
Antología de la poesía mexicana moderna,
p. 130.
[16] Efraín
Huerta, Aquellas conferencias, aquellas
charlas, p. 17.
[17] Evodio
Escalante, en V. V. A. A., Los
contemporáneos en el laberinto de la crítica.
[18] Octavio
Paz, “Poesía en movimiento”, en Luis Mario Schneider, México en la obra de Octavio Paz, 173.
[19] Cfr.
para el tema de Contemporáneos y estridentistas: Samuel Gordon, “Notas sobre la
vanguardia en México” en De calli y tlan.
Escritos mexicanos.
[20] Jaime
Labastida, “Los estridentistas hoy”, en La
palabra enemiga, p. 123.
[21] Citado
por Schneider, Ruptura y continuidad,
185.
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