La generación de la Casa del Lago
Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Luz del Amo, Mercedes de Oteyza, Pixie Hopkin, Juan José Gurrola y Juan Soriano, en la Casa del Lago. |
Juan
García Ponce la llamó en alguna ocasión “la generación despedazada”[3], quizá porque el grupo fue
obligado tempranamente a disgregarse, o quizá por la enfermedad y la muerte
prematura, resultado de los excesos que los distinguieron o del simple infortunio.
Por su parte, Huberto Batis la llegó a llamar la “generación de la insolencia”.[4]
Otros modos como se ha definido son un tanto problemáticos, por ejemplo, “de
Medio Siglo”, nombre
que con seguridad proviene de la revista Medio siglo (1953-1957), de la
Facultad de Derecho de la UNAM, en la que participaron destacados estudiantes
de aquellos años como Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Mario Moya
Palencia, Porfirio Muñoz Ledo, Xavier Wimer, Salvador Elizondo, entre otros. Por lo cual sería más adecuado designar de esta manera sólo a la coyuntura del
anterior grupo en particular. Además, como sabemos,
también se le llama así a una cantidad bastante amplia de escritores que
tienen en común haber publicado sus primeras obras en los años cincuenta, por lo
que más que un grupo compacto, se define con este término a todo un movimiento
artístico imbuido de una sensibilidad compartida en prácticamente todo el
mundo, un “espíritu de época”, un zeitgeist que provocaría un momento de gran
efervescencia artística y de cuestionamientos políticos y culturales que originarían
importantes movimientos sociales. A esto responde lo que escribió Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo: “Ideología,
gusto y moralidad no son más que consecuencias o especificaciones de la
sensibilidad radical ante la vida, de cómo se sienta la existencia en su
integridad diferenciada. Esta que llamaremos ‘sensibilidad vital’ es el
fenómeno primario en historia y lo primero que habríamos de definir para
comprender una época”.[5] Esta
sensibilidad vital conjugó a una cantidad incontable de artistas en muchas
partes del mundo y a ellos se les conoce también como de “medio siglo”.
Al grupo
que nos interesa se le llama también generación de la Revista mexicana de literatura, nombre
que tampoco es muy preciso, ya que esta publicación, fundada por
Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo en 1955, tuvo tres épocas, como señalan
Armando Pereira y Claudia Albarrán[6]; son las dos
últimas las propias del grupo cuando la citada publicación quedó en manos de
Juan García Ponce y Tomás Segovia, y luego cuando éste emprendió un
viaje con Inés Arredondo, su entonces esposa, a Montevideo para trabajar en la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio, dejando a García Ponce solo a cargo de la
revista. Por tanto, este nombre tampoco sería muy apropiado si con él se hace
referencia a unos escritores que participaron en una revista, mientras se
excluye a otros que no sólo fueron parte de ella, sino que la fundaron, como
Fuentes y Carballo.
Así,
parece que la manera más adecuada de designarlos, por lo menos para ser más precisos,
es la generación de la Casa del Lago, pues fue el nombre que sus propios integrantes
usaron para definirse, por la importancia que este centro cultural tuvo para la vida artística, intelectual y
social de este grupo, cuando primero Tomás Segovia y luego Juan
Vicente Melo lo dirigieron. Huberto Batis habla en estos términos de la
importancia que para él tuvo la Casa del Lago, en una grabación que Radio Educación y la
UAM-Xochimilco:
Cuando las conferencias las daba
Juan García Ponce, Said, Ibargüengoitia, Bonifaz Nuño, yo, todos estábamos ahí.
José de la Colina tenía el cineclub de la Casa del Lago. Había exposiciones de
pintura moderna. Ahí tocaron su primera música Equinos, el músico Gutiérrez
Heras. Ahí tocaron música por primera vez, dirigieron, Mata; el que hace la
revista Pauta, Lavista; todos ésos eran las gentes de la Casa del Lago,
y Melo tenía un olfato increíble. Él era médico de [la Facultad de] Medicina,
con doctorado en París en enfermedades tropicales, pero en París a lo que se
dedicó fue a la literatura y a la música. Y llego acá, trabajó en Difusión
Cultural y la Casa del Lago que había fundado Arreola como un club de
ajedrecistas y luego empezaron a hacer “Poesía en voz alta”, es decir, a
declamar poemas como en coro, y luego llegó Octavio Paz y lo convirtieron
también en teatro, y luego vino Tomás Segovia como sucesor de él, y luego Melo
y es para nosotros la época dorada de la Casa del Lago, la época de la
modernidad.[7]
Más allá de su
profunda amistad, de su edad y de sus gustos literarios, de entre las
coincidencias que los unen hay que agregar desde lo más trivial en apariencia,
como que algunos de ellos fueron boy scouts, como
Batis, García Ponce e Ibargüengoitia, hasta cuestiones de formación y de
conformación de sus respectivas personalidades que habrían de hacerlos afines entre
sí, como ser de alguna capital de provincia, como Guanajuato, Mérida, Veracruz
o Culiacán, y provenir, además, de una clase media acomodada, así como haber cursado su
instrucción básica en instituciones religiosas.
Después
de emigrar a la Ciudad de México en busca de los estímulos que su vocación
intelectual necesitaba, casi ineludiblemente habrían de encontrarse en la
Facultad de Filosofía y Letras, en Difusión Cultural[8] o en el
Centro Mexicano de Escritores,[9] donde prácticamente todos disfrutaron de una beca.
Huberto Batis y Juan García Ponce. |
Las
revistas en las que participaron activamente fueron Cuadernos del Viento,
dirigida por Batis y Carlos Valdés; la Revista de la Universidad, cuyo
director era Jaime García Terrés y su jefe de redacción Juan García Ponce; la Revista
mexicana de literatura; la revista S.nob, de Salvador Elizondo, cuyo
director artístico era García Ponce y su jefe de redacción Emilio García Riera;
la Revista de Bellas Artes, dirigida por Huberto Batis, y asimismo
participarían en los suplementos de Fernando Benítez “México en la Cultura” y
luego “La cultura en México”, en Novedades y en Siempre!,
respectivamente.
Como
ya sabemos, era el suyo, por encima de todo, un grupo de amigos. Amistad que se
levantó y afianzó por afinidades e intereses artísticos, por encontrarse en
sitios clave donde necesariamente debían estar. Apunta respecto a esto Armando Pereira en Narradores mexicanos en la
transición de medio siglo:
Aunque
aparentemente azaroso, me parece que el encuentro entre ellos estuvo determinado
más bien por la necesidad, por la pertinencia. Compartían demasiadas cosas para
mantenerse ajenos entre sí: no sólo una misma voluntad de escribir, sino
también una concepción semejante de la literatura.[10]
Una cita de
Huberto Batis ilustra muy bien las relaciones dentro del grupo:
Una
noche Inés Arredondo y yo caminamos durante varias horas, al salir de la
reunión [una “fiesta orgiástica” como el propio Batis había señalado un poco
antes], y encontramos el amor, mientras los demás se iban al Sep’s de Sonora; y
otra noche Gurrola, Melo, García Ponce y yo nos robamos como trofeo la tapa de
una alcantarilla y, en el esfuerzo, muertos de risa, la dejamos caer sobre los
dedos del pie de Juan, lo que nos ensangrentó a todos, en la “cama redonda” en
que celebramos el reposo del guerrero.[11]
Son
una generación que se define a sí misma como alcohólica. Basta ver las
fotografías de la época para darse cuenta de que siempre están con un vaso de
alcohol en la mano. Y la bebida fluía en inauguraciones de galerías, en conferencias,
presentaciones de libros, reuniones privadas... El exceso era parte de la
personalidad del grupo. Ejercían la libertad hasta sus últimas consecuencias y
ahí entraba también lo que concernía a las relaciones amorosas. Claudia
Albarrán definió alguna vez a la generación como promiscua,[12] a pesar de ser un grupo
mayoritariamente formado por hombres, aunque había mujeres en él, aparte de
Inés Arredondo, que estaban con ellos como sus parejas, y de alguna manera las
compartían entre sí.[13] En referencia a esto Juan García Ponce
escribió en un texto en el que recordaba a su gran amigo Jorge Ibargüengoitia:
“Una vez tú escribiste, Jorge, al hacer una reseña de un estreno de Gurrola,
que viste a muchas mujeres de tus amigos de parejas de otros amigos.
Tú también practicabas esa
costumbre”.[14]
A diferencia de muchos otros grupos de
artistas, en los que hay un líder, el de la Casa del Lago era un conjunto de
pares; Inés Arredondo es considerada una igual entre sus compañeros varones por
su inteligencia y su talento. Del mismo modo discuten sobre lecturas, se abren
a la obra del otro. Que temas como la revelación y la trasgresión estén
presentes en las obras de Arredondo, García Ponce y Melo no es coincidencia; se
trata de una sensibilidad compartida a través de lecturas y discusiones. Para
Inés Arredondo, la formación de un escritor, particularmente la suya, se
encuentra en los demás con los que se platica, con los que se habla de lo
escrito y lo leído:
Tal es el caso de Faulkner,
discutido hasta la saciedad por José de la Colina y por mí. La contrapartida sería el amor que profesamos a
Thomas Mann Juan García Ponce y yo a tal grado que me hizo el honor de
dedicarme su libro Thomas Mann vivo. Y el amor, incomprendido por los
otros, que Juan Vicente Melo y yo sentimos por Julien Green. Con ellos y con
Huberto Batis, con Tomás Segovia muy especialmente, y ahora con mi hijo
Francisco, he compartido tantos autores, asuntos políticos, cuestiones de
historia, de artes plásticas, chismes y vivencias, que no sé si alguna vez
hubiera llegado a escribir sin ellos.[15]
Pero así como
están a la par hacia el interior, son también una generación excluyente,
elitista; un grupo cerrado que tenía en sus manos casi todos los medios de
difusión cultural de la época, cosa que les acarreó muchas enemistades y
dificultades.
El
grupo de la Casa del Lago, que apostaba por un arte libre, mantenía su labor
literaria en gran medida al margen de consideraciones políticas, aunque eso no
los hizo apolíticos.[16] En un primer momento, para ellos, la
literatura debía estar en otro nivel: el de la revelación poética. Escribe Inés
Arredondo en “La verdad o el presentimiento de la verdad”:
También resulta
superficial pensar que escoger esa infancia habría de llevarme a un sentimiento
que se traduciría tarde o temprano en una posición política reaccionaria. No
fue así... Por ese motivo, desde que recuerdo, las personas que conocía
resultaban muy personas, muy concretas, nunca abstractas representaciones de
una raza o una clase social... La idea de chusma, de plebe, de indiada, la
aprendí mucho tiempo después, precisamente en la literatura mexicana.[17]
Lo que
distingue, entonces, al grupo es su independencia crítica, artística e incluso
moral. En un momento en que la cultura en México se entregaba a dos fuertes temáticas,
el nacionalismo, por un lado, como representación de un arte propio y original,
y, por otro, el compromiso social de raigambre comunista, los de la Casa del
Lago se comprometen sólo con sus ideas sobre arte y con su labor de divulgación
emprendida desde distintas revistas y centros de cultura. Querían, además,
que la literatura que se escribía en México fuera de carácter universal, y que
no quedara en el plano nacionalista de hablar sólo de temas mexicanos. Para
ellos, lo importante era la calidad. Apunta Huberto Batis en una grabación de
Radio Educación y la UAM-Xochimilco:
Y ellos decían:
ustedes creen que hacer la revista de la UNAM es meter a escritores de todo el
mundo cuando hay que hacer la revista de la UNAM con académicos, y decíamos: “no,
los académicos tienen sus anuarios y sus revistas especializadas; la revista de
la UNAM es una ventana al mundo”. Ésa había sido la política de García Terrés,
en los cincuenta y en los sesenta; ésa era la política de Benítez en los
suplementos: “ventana al mundo”, robarse textos, republicar, dar a conocer
[...] “Cortar la cortina de nopal”, que en el suplemento de Benítez lanzó el
concepto José Luis Cuevas contra los tres grandes [Rivera, Siqueiros, Orozco].[18]
De este modo, ellos se caracterizaron, sobre todo,
por su extrema visión crítica. Juan Vicente Melo apunta
acerca de este aspecto del grupo en su autobiografía:
Ellos han hecho
de la crítica de arte un género digno y dignificado [...] Se trata, creo, de un
rasgo común a la generación a la que pertenezco y que no vacilo de calificar de
tumultuosa (tengo la edad de Salvador Elizondo,
Juan García Ponce, Marco Antonio Montes de Oca, Héctor Mendoza y Juan José
Gurrola —que se aumenta años, no sé por qué—). Esta generación ha
alcanzado una visión crítica, un deseo de rigor, una voluntad de claridad, una
necesaria revisión de valores que nos han permitido una firme actitud ante la
literatura, las otras artes y los demás autores. Cada uno de los miembros de
esta supuesta generación (puesto que las generaciones no existen en México, al
menos en la literatura...), ha alcanzado, estimo, apenas pasados los treinta de
edad o próximos a llegar a ellos, responsabilidad y compromiso en el arte.[19]
Desde la aparición de Revista mexicana de
literatura encontramos los derroteros que seguirán sus colaboradores. Un
texto de Tomás Segovia, “Entre la gratuidad y el compromiso”,[20] aparecido en
1956, que trata sobre El arco y la lira,
de Octavio Paz, no sólo nos ayuda a establecer la gran influencia que ejerció el
premio Nobel mexicano en el grupo, sino que nos permite también determinar cuáles
serán las ideas que el grupo desarrollará con el tiempo respecto al arte.
Segovia destaca que, a pesar de las apariencias, no
existe nada que sea gratuito y esto señala directamente a las ideas artísticas
con las que el grupo se identificó, pues parece efectivamente que no existe un
compromiso de su parte en lo que concierne a lo social, a lo que Segovia
responde que el arte es un compromiso, pero con él mismo. “La existencia como un todo puede
ser gratuita, pero dentro de ella no hay partes gratuitas. Hay que responder de
todo y eso nos impide hacer nada sin sentido: estamos presos en el sentido”.[21] Y es el arte, que tiene
un compromiso claro y consciente con la realidad a la que da forma e interpreta,
el que está, más que ninguna otra cosa, cargado de sentido. Así, no puede
existir un arte gratuito porque dejaría de serlo en el instante de no ser
significativo. Y en este sentido ellos se sintieron, por sobre todas las cosas,
completamente comprometidos. El ser artista, pues, representó el grupo
muchas veces un destino trágico e ineludible, y por lo mismo una cuestión
trascendental.
A
esto hay que agregar que el sentido de todos los actos humanos individuales y
concretos muchas veces se mantiene oculto o no podemos ver las señales que nos
indican su significado; esta idea será para la generación un elemento clave,
porque de ella derivará la noción de la revelación —que llegará al grupo
de mano de Octavio Paz y su libro El arco
y la lira—, que será ese momento en que, en la obra, tanto el protagonista
como al lector descubren nuevas formas de interpretar y percibir lo que sucede,
y que les brinda nuevas formas de aprehender la realidad, que los hace, al
final de cuentas, diferentes a los otros.
La
suya es, por tanto, una postura frente al mundo y la literatura en la que lo
trascendental apunta también a la trasgresión: ir más allá de lo que se daba
por hecho, de lo asumido y archisabido, de lo que ponía límites en el actuar e,
incluso, en el escribir.
Las
relaciones amorosas, la revelación poética, los mundos interiores, la búsqueda
del sentido y de otra espiritualidad que ellos encuentran en la carne son los
temas que los vinculan. Sin embargo, este tipo de sensibilidad en un mundo
comprometido con ideales políticos y sociales, en el cual el arte debía ser un
instrumento para divulgar y fomentar los ideales de cambio social, los haría
chocar con otros escritores, y si a esto agregamos que se les acusó de ser
parte de una mafia literaria[22] por tener en
sus manos prácticamente todos los medios de difusión de la época, los
resultados no se hicieron esperar, aunque las diferencias sólo estaban en la
manera de apreciar el arte de unos y otros.
Bajo esta perspectiva podemos entender cómo pudo
acontecer la separación del grupo, cuando sus integrantes dejaron sus puestos
de trabajo en la Universidad. La diáspora tendría lugar en el momento en que
Gastón García Cantú sustituyó a Jaime García Terrés como director de Difusión
Cultural. Escribe Batis:
Los recuerdos
se aglomeran. 1967 ya era un año inquieto y turbulento. En la UNAM sobre todo.
Gastón García Cantú vino a Difusión Cultural. Se lazó contra Juan Vicente Melo,
que dirigía genialmente la Casa del Lago; contra Juan García Ponce, el jefe de
redacción de la Revista de la Universidad;
contra José de la Colina, que manejaba los cine-clubs universitarios; contra
Juan José Gurrola, que hacía teatro y televisión como sólo él sabe hacerlo. No
los despidió sin más, con pantalones. Inició una persecución puritana, que se
ensañó en denunciar sus preferencias sexuales, por ejemplo, o en tasar sus
ingestiones etílicas.[23]
Respecto a
esto cuenta García Ponce: “Después despidió a Juan Vicente Melo acusándolo
veladamente de homosexual. Todos los que habíamos hecho con él La Casa del Lago
—que bajo su dirección, después que se fuera Tomás Segovia a Uruguay, fue,
igual que con Tomás, el centro de cultura más importante de México— renunciamos”.[24]
Luego de estos acontecimientos, el grupo se disuelve, aunque en parte la separación
fue buena, porque a partir de este momento se dedicó cada uno a su obra de creación,
aunque también dejaban atrás el periodo más significativo de su labor artística
y cultural.
[1] Una literatura que
ha vivido un proceso de crecimiento y que ha logrado tener escritores de la
talla de Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Revueltas, Octavio Paz; todos
ellos, figuras culminantes de nuestras letras.
[2] Elijo estos nombres tomando en cuenta las
menciones que los propios integrantes de este grupo hacían de sus compañeros
cuando se referían a sí mismos como una generación.
[3] Así
lo refiere Huberto Batis, en “Posdata, suplemento de cultura”, de El Independiente, 10 de enero de 2004.
[4] Armando Pereira y Claudia Albarrán, Narradores mexicanos en la transición de medio siglo, p. 112.
[5] Ortega
y Gasset, pp. 49-50.
[7] Batis,
Palabras al viento, CD-ROM.
[8] Dirigida por esos años por Jaime García Terrés,
quien fue también uno de los responsables de unir bajo su auspicio al joven
grupo de escritores, quienes trabajarían bajo su mando en diferentes dependencias
de la UNAM.
[9]
Fundado por Margaret Shedd, de nacionalidad estadounidense, en 1951.
[10] Pereira,
pp. 112-113.
[11] Batis,
“Prólogo” en Juan García Ponce, Autobiografía
precoz, p. 26.
[12] En una entrevista que le hicieron
en el sexto programa de la emisión para televisión Entrelíneas, de Canal 22, trasmitido el 8 de octubre de 2007.
[13] A manera de
ejemplo, Juan García Ponce estuvo casado en segundas nupcias con Mercedes
Oteyza, con quien procreó a sus dos hijos; después de empeorar por su
enfermedad, se divorciaron y ella se casó con Manuel Felguérez, gran amigo de
García Ponce, cuya amistad no menguaría por este hecho. Después del divorcio,
él se casó con Michèlle Alban, quien también estuvo casada con Tomás Segovia y
Salvador Elizondo.
[14] Juan García
Ponce, “Jorge Ibargüengoitia”, La
Jornada semanal, núm. 78, 1 de septiembre de 1996, p. 7.
[15] Inés
Arredondo, “La cocina del
escritor”, en sábado (suplemento cultural del periódico unomásuno), p.1.
[16] José
de la Colina viajó a Cuba donde trabajó algún tiempo; después de los
acontecimientos del 2 de octubre de 1968, nuevos temas y preocupaciones
aparecieron en los relatos de algunos de ellos, como Inés Arredondo, con
cuentos como “Los inocentes” (1976) y “Las muertes” (1978), y Juan García
Ponce, en sus novelas La invitación
(1972) y Crónica de la intervención
(1982).
[17] Arredondo, “La verdad o el presentimiento de la verdad”,
en Obras completas, p. 6. A partir de
aquí, todas las citas de la obra de la autora serán tomadas de esta edición y
las páginas se indicarán entre paréntesis en el cuerpo de la tesis.
[19] Juan Vicente Melo, “Autobiografía”,
en El agua cae en otra fuente, pp. 33-34.
[20] Cf. “La polémica entre nacionalismo y
universalismo en la Revista mexicana de
literatura”, en Armando Pereira
y Claudia Albarrán, pp. 183-207.
[21] Tomás Segovia, “Entre la gratuidad y el compromiso”, en Revista mexicana de literatura, núm. 8,
noviembre-diciembre de 1956, pp.
109-110.
[22] La mafia fue una novela que
Luis Guillermo Piazza publicó en 1967 en la cual se refiere a los escritores
que publicaban en los suplementos de Fernando Benítez, entre quienes se
encontraban los de la Casa del Lago.
[23] Batis,
Lo que Cuadernos del viento nos dejó,
p. 182.
[24] Discurso de recepción del XI premio
de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo” que Juan García Ponce
dio en 2001.
Muchísimas gracias por las notas a pie.
ResponderEliminarUna buena investigación sobre la literatura de batalla de "Medio Siglo" en el nivel creativo, abajo de las "Vacas sagradas", que alcanzaron a ser más reconocidas por el público. Hay pocas investigaciones. La complemento con una biografía de Carlos Valdés. https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2018/12/carlos-valdes-biografia-breve.html
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