El presentimiento de la verdad: el mundo literario elegido y construido por Inés Arredondo (segunda parte)
En “La verdad o el presentimiento de la verdad”, cuyo título es ya revelador desde el inicio, Inés Arredondo nos habla de una vida totalmente literaria; se trata de la “historia poética”, como dirá ella a su vez al referirse a Jorge Cuesta[1]. El resultado de una vida entregada al arte; la única que vale la pena dar a conocer.
Lo autobiográfico se asienta en el margen entre vida y obra, atravensándose una a otra. En el texto “La verdad o en presentimiento de la verdad”, Inés Arredondo escribe sobre su vida, una vida recreada, tamizada por lo que de ella destaca y representa en lo que ya es, y después será, su obra. Lo que da como resultado una vida literaria.
Lo autobiográfico se asienta en el margen entre vida y obra, atravensándose una a otra. En el texto “La verdad o en presentimiento de la verdad”, Inés Arredondo escribe sobre su vida, una vida recreada, tamizada por lo que de ella destaca y representa en lo que ya es, y después será, su obra. Lo que da como resultado una vida literaria.
En el
citado texto autobiográfico, se puede encontrar una suerte de ars poética: la única verdad es la que se narra.
El
arte muestra la verdad a través de la interpretación del mundo que el artista
hace y la consiguiente expresión de este mundo. El arte, además, no imita, sino
expresa la realidad del mismo modo en que la percibimos: de manera ambigua,
inaferrable, a veces, sin soportes de la mente que nos ayuden a entender.
La
vida de Inés Arredondo, vista desde este momento de la escritura, es ya sólo
aquella que ella nos ha narrado en “La verdad o el presentimiento de la
verdad”, y también lo que los otros —los que la conocieron, amaron, estudiaron
y leyeron— nos han, a su vez, narrado. No podemos ya deslindar de qué modo
sucedieron las cosas: la obra reconfiguró aquello que se rememora.
En el primer
párrafo de “La verdad...”, lo dice ya todo:
Nací en Culiacán, Sinaloa. Como todo el mundo tendo varias
infancias de donde escoger y hace mucho tiempo elegí la que tuve en casa de mis
abuelos, en una hacienda azucarera cercana a Culiacán, llamada Eldorado.
Luego
de que Arredondo inicia de una manera convencional su breve texto autobiográfico
—nací en...—, inmediatamente va a
establecer una manera personal, única, de pensar la propia vida: “tengo varias
infancias de donde escoger...”. A partir de ese momento, conocemos la vida
literaria de la escritora: “hace mucho tiempo elegí la que tuve en casa de mis
abuelos...”.
Más
adelante nos explica la importancia de esta elección:
Al interpretar, inventar y mitificar nuestra infancia hacemos
un esfuerzo, entre los posibles, para comprender el mundo en que habitamos y
buscar un orden dentro del cual acomodar nuestra historia y nuestras vivencias.
Lo que
hace Arredondo, al privilegiar la elección de lo ya vivido, más aún, de lo
vivido en la infancia, es apostar por el arte como el que le dará sentido y
trascendencia a esta experiencia, revalorizando, reconstruyendo y
resignificando la propia existencia.
Es
desde el presente que voltea a ver el pasado, mitificándolo, dándole un sentido
hacia el ahora, como sólo podemos vislumbrar la trascendencia creada por uno
mismo; es decir, el sentido. Y esto se conduce, se materializa, en la narración
—ya sea autobiográfica, ya sea ficcional—.
Por
ello, de lo que habla es de una infancia elegida, diseccionada, tamizada, en la
que se funden dos mundos: el mítico y el real, el del lugar geográfico y el que
existe en los recuerdos.
Sería muy fácil decir que ese hecho —refiere Arredondo— de
escoger la infancia es una manera de escapar de la realidad. No. Primero,
porque lo escogido es tan real o más que lo otro, y luego, porque no me negué a
vivir la otra realidad, sino que la asumí tanto que llegué a ser primer lugar
en clase en el colegio donde estudiaba, e hija abrumada por los problemas
paternos.[2]
De entre
todas las infancias vividas, Arredondo
elige una: la que vivió con sus abuelos maternos en una hacienda azucarera,
cuyo nombre ya es de por sí mítico: Eldorado.
Y Eldorado, la hacienda azucarera cercana a Culiacán, es lo que representa la
parte de ella misma que elige para darle sentido a su elección: la escritura.
Eldorado
resguardaba, mantenía una forma de vida única, privilegiada: “el lujo de hacer,
no el lujo de tener, de hacer una manera de vivir”. Eldorado no era una lugar
natural. Fue construido “árbol, por árbol y sombra por sombra”.
Una
vez más, lo que vale la pena es inventado, creado, como el arte mismo. Pero hay
algo más que asoma en este mundo subjetivo: la hacienda fue construida como
parte de una locura, y aquí asoma, como pasa también en los cuentos de
Arredondo, un gesto discordante: “En Eldorado se demostraba que si crear era
cosa de locos, los locos tenían razón”.
En sus
relatos, la vida —lo subjetivo, lo que se elige, lo que se narra—, será
representado mediante la ambigüedad, porque la vida tiene, está plagada, de
momentos de indeterminación, y porque muchos de estos momentos pueden resultar
terriblemente perturbadores.
Esto
se convierte en una pista invaluable para comprender la escritura de la
sinaloense, porque nos habla de la parte profunda y a la vez velada de la
realidad que se asoma en sus relatos. Una parte que llega a nosotros como el
”presentimiento de una verdad”.
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